sábado, 28 de julio de 2012

"Algo va mal", de Tony Judt


Y un tercer libro para hoy, otro ensayo también, solo que ahora referido a lo colectivo, lo social y no a lo individual, lo personal.  Lo publicitan en una de sus ediciones con la siguiente frase añadida en la portada:  “ha llegado el momento de detenernos a decidir en qué mundo queremos vivir”.
Nada más empezar, el autor se lo dedica a la gente joven por “lo mucho que les preocupa el mundo que les hemos legado y los medios tan inadecuados que les hemos proporcionado para mejorarlo”. Está fechado en Nueva York, en febrero de 2010, unos meses antes de su muerte. Si estás interesado en saber cómo,  cuándo y por qué se adulteró el sueño progresista de la socialdemocracia europea, tienes que leerlo.  Constituye una defensa de sus valores y un homenaje a aquellos antiguos liberales, grandes defensores del bien público, que hoy está tan controvertido. Ten un buen atlas histórico a mano (también te puede valer internet) para consultar o ampliar las referencias que aparecen a los momentos clave, porque merece la pena que sigas al autor de cerca, aunque te cueste algún esfuerzo adicional.
Su tesis es la siguiente:  “En las tres décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, economistas, políticos, comentaristas y ciudadanos coincidían en que un gasto público alto, administrado por las autoridades nacionales o locales con libertad suficiente para regular la vida económica a distintos niveles, era una buena política”. Pero… “durante (los últimos) treinta años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material”. “Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos ni idea de lo que valen”.  “Gran parte de lo que hoy nos parece natural data de la década de 1980: la obsesión por la creación de riqueza, el culto a la privatización y al sector privado, las crecientes diferencias entre ricos y pobres”.
Está desarrollada en seis capítulos muy clarificadores y muy útiles para configurar esquemas históricos sobre la crisis actual. Este libro avisa de que “perder el propósito social común de los servicios públicos, aumenta peligrosamente los poderes de un Estado todopoderoso, cuyo vínculo con el ciudadano queda reducido al de la obediencia a la autoridad” y esto ya son palabras mayores. Su conclusión es que la socialdemocracia debe revisar su “incapacidad para desarrollar una visión  que trascienda al Estado nacional”. Y ya en las líneas finales, anima:  “como ciudadanos de una sociedad libre, tenemos el deber de mirar críticamente a nuestro mundo. Si pensamos que algo está mal, debemos actuar en congruencia con ese conocimiento. Como sentencia la famosa frase, hasta ahora los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversas formas; de lo que se trata es de transformarlo”. Valioso, muy valioso.
Miguel Martínez Renobales

"La conquista de la felicidad", de Bertrand Russell


Este libro es de los años 30 del siglo pasado, es decir, anterior a la Segunda Guerra Mundial, la televisión o la liberación de la mujer (por poner tres ejemplos de acontecimientos que cambiaron la mentalidad occidental). Está escrito por un aristócrata británico, político, uno de los sabios más destacados en la historia de Occidente: Premio Nobel de Literatura en 1950; figura principal en disciplinas como Matemáticas, Lógica, Filosofía de la Ciencia, Teoría del Conocimiento, Ciencias Políticas, Sociología, Ética, Religión, Pedagogía; personaje público encarcelado por actividades pacifistas; fundador del Tribunal Russell para sancionar los excesos del imperialismo en el mundo;  adalid del humanismo laico,… Un hombre excepcional, en pocas palabras, muy comprometido consigo mismo y con su tiempo.
La lectura de este breve tratado, además de proporcionarte una buena visión de la mentalidad anglosajona de la época (que es la que parece mantener su primacía en la actualidad), te servirá sobre todo para comprobar cómo, por más cambios que se sucedan en el mundo, hay ideas que continúan ejerciendo su influencia a pesar de quienes las consideraron elitistas entonces o ingenuas y trasnochadas ahora. 
Ya en el preámbulo avisa el autor de que, lejos de filosofías o erudiciones profundas, lo que pretende es ofrecer recetas, confirmadas por su propia experiencia y observación, para que las personas  “que son desdichadas puedan llegar a ser felices si hacen un esfuerzo bien dirigido”. Toda una declaración de intenciones, en la línea de los libros de autoayuda más tópicos, solo que en este caso con mucho  fundamento y, como comprobarás si lo lees, con gran capacidad de persuasión.
Encontrarás afirmaciones como esta: “en la adolescencia odiaba la vida y estaba continuamente al borde del suicidio, aunque me salvó el deseo de aprender más matemáticas. Ahora disfruto de la vida; casi podría decir que cada año que pasa la disfruto más. En parte se debe a que he descubierto cuáles eran las cosas que más deseaba y, poco a poco, he ido adquiriendo  muchas de esas cosas. En parte se debe a que he logrado prescindir de ciertos objetos de deseo (como la adquisición de conocimientos indudables sobre esto o lo otro), que son absolutamente inalcanzables. Pero principalmente se debe a que me preocupo menos por mí mismo”.
U otras de la misma actualidad, como las siguientes: “los estados de ánimo no se pueden cambiar con argumentos”, “la mera ausencia de esfuerzo le quita a la vida un ingrediente imprescindible de la felicidad”, “cuando la gente habla de lucha por la vida, en realidad quiere decir lucha por el éxito”,  “lo que me gustaría obtener del dinero es tiempo libre y seguridad”, “la visión de la vida como contienda en la que solo el vencedor merece respeto conduce a un cultivo exagerado de la voluntad a expensas de los sentidos  y el intelecto”, “ahora nos aburrimos menos que nuestros antepasados, pero tenemos más miedo a aburrirnos”,  “no hay por qué temer que, por volverse racional, uno vaya a quitarle sabor a la vida”, “la inmensa mayoría de las acciones humanas, incluyendo las de las personas más nobles, tienen motivos egoístas y no hay que lamentarse de ello”, “hay que convencerse de que los demás pierden mucho menos tiempo  pensando en nosotros que el que perdemos nosotros”, “la adolescencia es una época de gran infelicidad para casi todos los chicos y chicas con talentos excepcionales”, “uno debe respetar la opinión pública lo justo”, …
Y otras muchas más en esta línea, bien desarrolladas, con buenos ejemplos e interesantes citas literarias. Además, tardas poco en leerlo. Después de este, seguro que ya no picas leyendo perogrulladas en cualquier libro de autoayuda. 
Miguel Martínez Renobales

"El arte de amargarse la vida", de Paul Watzlawick


                Aunque este título tenga casi cincuenta años, viene bien en estos tiempos de crisis para no perder la calma ni el sentido del humor.  Se trata de un pequeño libro de autoayuda, solo que al revés, es decir, que en vez de censurar errores y aconsejar cambios de comportamiento para salir del bache, lo que propone es lo contrario, que nos empecinemos en la actitud equivocada para que acabemos estropeándolo todo de una vez.  Con total ironía, se mueve solamente en el terreno personal y se dirige a los ya iniciados en la vida amargada, para que pasen de meros aficionados a auténticos profesionales. Como él dice, “cualquiera puede llevar una vida amargada, pero amargársela a propósito es un arte que se aprende, no basta con tener algún par de contratiempos  en tu vida personal”, ¡qué va!, hace falta ejercitarse a fondo para conseguirlo.
                Después de decenas de años de experiencia clínica en EEUU, analizando los mecanismos más eficaces de sus pacientes para amargarse la vida, decidió ofrecer al lector una buena guía para poder desarrollar con estilo una vida de auténtico amargado. El resultado fue este delicioso manualito, imprescindible para aprender a reírse uno de sí mismo.  Es lo que tiene la ironía, que no te dice por dónde debes ir sino por dónde no debes continuar, que es como de verdad se aprende a caminar.
                Hay citas literarias de no poco valor (pues también en esto el autor sabe de qué habla), pero sobre todo análisis de fundamentos como el de que “no hay más que una sola opinión correcta: la propia. Una vez se ha llegado a esta convicción, se tiene que comprobar muy pronto que el mundo va de mal en peor”. De ahí deriva necesariamente a que “el aspirante más dotado no tendrá seguramente mayor dificultad en ver su juventud como una edad de oro perdida para siempre”. También ideas inamovibles como “uno carga hoy con la culpa y debiera haberlo sabido mejor entonces, así que ahora ya es demasiado tarde”, o “no hay más que una sola, posible, permitida, razonable y lógica solución del problema y, si los esfuerzos no consiguen el éxito, ello solo indica que uno no se ha esforzado bastante”,… En fin, una joya para crear problemas donde no los hay o para evitarlos con el fin de que perduren. Lo que decíamos al principio: lo mejor para tiempos de crisis.
Miguel Martínez Renobales

sábado, 14 de julio de 2012

"El viento de la luna", de Antonio Muñoz Molina


Atentos ahora a este autor. Atención a cualquier novela de Antonio Muñoz Molina, porque las suyas se encuentran entre las mejores de la actualidad. Esta fue publicada en el 2006 y habla de un adolescente español de 1969, que asiste fascinado a la llegada del hombre a la Luna. No hay aquí más fantasía que la que pueda concebir la imaginación calenturienta de un muchacho de un pueblo de Jaén, que desea ardientemente escapar del entorno inmovilista en que vive. En aquella época, el progreso comenzaba a llamar a las puertas de muchos españoles y él teme que, por diferentes motivos, pase de largo por delante de su casa, donde, por ejemplo, la televisión entra antes que el agua corriente. Debido a su timidez, sufre por partida doble: en el colegio de curas por ser hijo de un hortelano y, en su casa, por carecer de la soltura necesaria para cultivar la huerta, pero su sensibilidad encuentra un buen refugio en las películas del cine al aire libre, en los libros de la biblioteca del pueblo y en las noticias del viaje del Apolo XI, que colecciona y atesora. El narrador es el propio protagonista y resulta entretenido por la agilidad y al sentido del humor con el que, en ocasiones, va y viene de sus elucubraciones a lo que le rodea. Las transiciones entre lo que lee, lo que ve, sus impresiones y los diálogos de los personajes le proporcionan al lector de hoy toda la frescura que necesita para hacerse una buena idea de cómo debieron de ser aquellas pérdidas de la inocencia. Y, del mismo modo ahora que entonces, las sobrellevas mejor si mantienes los ojos bien abiertos. Que lo disfrutes.
Miguel Martínez Renobales