La palabra “bardo” significa
poeta porque, entre los antiguos celtas, era la denominación que merecían los
que se dedicaban a gloriar a los demás con sus palabras. El autor que, por sus méritos, se ha merecido tal título en exclusiva ha sido Shakespeare.
El cisne de Avon (otra denominación del bardo) es
el mayor faro que ha tenido la humanidad; el autor más conocido aunque no lo
hayamos leído, el más popular incluso fuera de nuestras fronteras; la fuente principal
de la que siguen manando infinidad de historias para todo tipo de obras de
amor, amistad, venganza, ambición, tragedias familiares, comedias de enredo,
etc.; el más versionado en otras culturas, tanto para funciones de teatro
magníficas, como para representaciones escolares modestas; para el cine, las
novelas, los cómics,...
Los lectores y espectadores
encontramos más vitalidad en sus palabras y sus personajes que en los de cualquier
otro. Fue un gran experto en todos los dominios de la vida; no
hay un elemento del ser humano que no haya cosechado él con sus palabras, no
hay nada nuestro sobre lo que no haya colocado la red de su incomparable
riqueza léxica y gramatical; todas las tensiones que dan origen al mundo
moderno están en sus obras, que son tan paganas como cristianas, tan católicas
como protestantes, tan modernas como tradicionales; todos los occidentales somos
herederos de sus personajes, que son crédulos y escépticos, brujas, demonios,
espíritus y gnomos; ejemplos del amor más tierno y de la brutalidad más asesina,
de la fidelidad más firme y de la bajeza más miserable...
En
fin..., que allá van algunos títulos suyos, a los que te interesará hincarles
el diente algún día, además de a Hamlet,
por supuesto.
Cómo
no hablar de Romeo y
Julieta, la pareja de enamorados más célebre de todos los
tiempos, que paga con su vida el aislamiento de la sociedad por amor; de Otelo
“o los celos”, un drama con uno de los malvados más conseguidos de la historia,
Yago, entrometido en el amor de un hombre y una mujer con ánimo de destruir sus
más nobles sentimientos; de Antonio y Cleopatra, otra historia de
pasión y poder, en la que ella representa el papel femenino más
conseguido de todos los shakespeareanos; de Julio César,
ambientada también como la anterior, en la Roma clásica, y que trata con
sencillez y profundidad la nobleza y las miserias de los políticos; de Macbeth,
donde los protagonistas se debaten entre los delirios de grandeza y la
transgresión de los límites de la moral; o de algunas de sus comedias, en las
que sentía más libre para divertir al público: por ejemplo, Dos
hidalgos en Verona, a la que se refieren en un momento de la película Shakespeare
in love (“¡Qué luz es luz si a Silvia ya no veo...!” ) y que trata sobre el
enredo y los tejemanejes entre dos amigos enamorados de la misma mujer; Noche
de Reyes, de la que también se habla al final de la misma película y que
es la más grande de todas sus comedias; El mercader de Venecia,
en la que dos espabiladas mujeres salvan del desastre a dos playboys italianos
acorralados por un astuto judío, muy ruin y nada cómico; El sueño de una
noche de verano, donde los caprichos del amor enredan a varias parejas en
situaciones fantásticas y diálogos absurdos; Mucho ruido y pocas nueces, repleta de momentos cómicos, como bien se puede apreciar en la versión cinematográfica de Kennet Branagh; de Como gustéis,
donde una confiada y admirable Rosalinda se lanza a cortejar al hombre sin esperar
a que él tome la iniciativa...
Hay
otras más “serias”, como El rey Lear, La tempestad, o toda la serie de
dramas históricos, como Ricardo III, Enrique IV o Enrique
V, entre otras, pero puedes dejarlas para más adelante, cuando te hayas
envenenado con el bardo. Y, si no llegas a leerlas, tampoco te quedarás sin novedades releyendo
las anteriores. Es otra de las cosas buenas de este autor, que no se agota por
más que vuelvas a lo que ya conoces. Lo explica muy bien Javier Marías: “si uno se detiene a mirar mejor [en
sucesivas relecturas], o a analizar frases que ha comprendido en primera
instancia, se percata a menudo de que no siempre las entiende, de que resultan
enigmáticas, de que contienen más de lo que dicen, o de que, además de decir lo
que dicen, dejan flotando en el aire una niebla de sentidos y posibilidades, de
resonancias y ecos, de ambigüedades y contradicciones; de que no se agotan ni
se acaban en su propia formulación, ni por lo tanto en lo escrito”. Ya sabes, ponte en aquello de "qué te llevarías a una isla desierta" y, con arramplar con algunos de estos títulos, te habrías llevado toda una biblioteca.
Encontrarás comentarios de todas ellas y de sus versiones cinematográficas en una dirección muy cómoda y completa, que nos viene al pelo: Shakespeare total, de Antonio Tausiet. Es un buen sitio para que vayas montando tu estantería de clásicos. Salud
Miguel Martínez Renobales
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