LA DEFENSA DEL NORTE
−Vivo en un bosque de encinas atravesado por un río de aguas cristalinas− dijo Euriato.
−¿Y por qué estás aquí?− preguntó Oberto.
−Te lo contaré−dijo Euriato sentándose−. Pero es una historia muy larga:
***
``Perseguíamos a la presa con un afán incansable, por los montes cántabros corría el jabalí que nos serviría de alimento. El animal estaba cansado, se paró, nos encaró, y encolerizado intentó embestirnos. Cada vez iba más lento y dentro de poco sería el momento apropiado para acabar con su vida. Cuando el jabalí cayó, una lluvia de lanzas se precipitó sobre él, se desplomó y Lucilio, el primero en alcanzarle, le arrancó el corazón a la bestia´´−contó Laro con tales detalles que los niños de la aldea quedaban alucinados.
−Hoy salimos a cazar otra vez ¿no?−preguntó Laro entusiasmado.
En efecto, hoy saldréis hasta el pequeño lago que hay a medio kilómetro −contestó el chaman de la aldea−. Haré que los dioses os ayuden.
Al medio día salimos de la aldea y veinte minutos después llegamos al lago. Los hombres estaban inquietos y el primero en hablar fue Auro:
−Estamos en territorio hostil, cualquiera puede atacarnos− dijo Auro con cierto temor.
−Tienes razón, les estamos agotando los recursos vitales a las personas que están aquí asentadas −dijo Asturco apoyando a Auro−. Si a nosotros nos hicieran esto también tomaríamos represalias.
−No vamos a estar aquí mucho tiempo−respondió Lucilio−. Además, no nos pueden hacer nada si no nos encuentran.
−No debemos pensar en ello, tenemos que concentrarnos en la caza− dijo Amalco mientras se introducía en el bosque.
Todos los demás hombres les seguimos y quince minutos después nos encontramos persiguiendo a un cervatillo cuando lo que vimos nos dejó paralizados.
−No es normal que nadie de ninguna aldea de por aquí queme otra aldea. Podría quemar el bosque. ¿Qué habrá pasado?− se preguntó Laro.
−Lo que ha pasado aquí puede repetirse en nuestra aldea y en otras cercanas− explicó Auro. Pueden estar en peligro.
Nos marchamos entre gemidos y sollozos de los que todavía estaban vivos. Aceleramos el paso y llegamos en menos de diez minutos. Para nuestra sorpresa nuestra aldea también estaba destruida e incendiada.
− ¡No puede ser! −exclamó Lucilio maldiciendo a los dioses−. Es imposible que hayan llegado antes que nosotros.
−Seguro que les han matado ¡Ohh! Nuestras mujeres e hijos ¡No! Por favor ¡No!− se lamentó Auro.
−No podemos pensar en que acaba de pasar, eso solo nos hará más débiles, ¿Y si vuelven a atacar?−grité−. Busquemos bajo los escombros por si hay supervivientes.
Estuvimos buscando posibles supervivientes hasta que anocheció y llegado ese momento decidimos descansar.
−Ya ha anochecido, hay buscar un sitio donde refugiarnos −dijo Asturco−. Mañana deberíamos avisar a las otras aldeas cercanas de que estén atentos porque puede que los ataquen.
−Sé un sitio donde podemos pasar la noche no muy lejos de aquí− explicó Amalco−. Es una cueva donde solía ir a jugar de pequeño.
Cuando llegamos a ella yo fui el primero en entrar.
−Esto está muy oscuro−dije palpando la pared.
−No os preocupéis, tengo sílex y yesca−dijiste con una voz como salida de la misma roca.
***
−Y hasta aquí hemos llegado, entramos empuñando las armas por si acaso y ahora aquí estamos−dijo Euriato bostezando.
−Tenías razón, era una historia larga, pero me has convencido de que debería ayudaros avisando a las otras aldeas.
Al día siguiente partieron y consiguieron avisar a suficientes tribus como para formar una línea defensiva para frenar al invasor.
Óscar Herrero Casado, 2º B
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