Y un tercer libro para hoy, otro ensayo también, solo que ahora
referido a lo colectivo, lo social y no a lo individual, lo personal. Lo publicitan en una de sus ediciones con la
siguiente frase añadida en la portada: “ha llegado el momento de detenernos a decidir
en qué mundo queremos vivir”.
Nada más empezar, el autor se lo dedica a la gente joven por “lo mucho
que les preocupa el mundo que les hemos legado y los medios tan inadecuados que
les hemos proporcionado para mejorarlo”. Está fechado en Nueva York, en febrero
de 2010, unos meses antes de su muerte. Si estás interesado en saber cómo, cuándo y por qué se adulteró el sueño
progresista de la socialdemocracia europea, tienes que leerlo. Constituye una defensa de sus valores y un
homenaje a aquellos antiguos liberales, grandes defensores del bien público, que
hoy está tan controvertido. Ten un buen atlas histórico a mano (también te
puede valer internet) para consultar o ampliar las referencias que aparecen a
los momentos clave, porque merece la pena que sigas al autor de cerca, aunque
te cueste algún esfuerzo adicional.
Su tesis es la siguiente: “En
las tres décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, economistas,
políticos, comentaristas y ciudadanos coincidían en que un gasto público alto,
administrado por las autoridades nacionales o locales con libertad suficiente
para regular la vida económica a distintos niveles, era una buena política”. Pero…
“durante (los últimos) treinta años hemos hecho una virtud de la búsqueda del
beneficio material”. “Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos ni idea de
lo que valen”. “Gran parte de lo que hoy
nos parece natural data de la década de 1980: la obsesión por la creación de
riqueza, el culto a la privatización y al sector privado, las crecientes
diferencias entre ricos y pobres”.
Está desarrollada en seis capítulos muy clarificadores y muy útiles
para configurar esquemas históricos sobre la crisis actual. Este libro avisa de
que “perder el propósito social común de los servicios públicos, aumenta
peligrosamente los poderes de un Estado todopoderoso, cuyo vínculo con el
ciudadano queda reducido al de la obediencia a la autoridad” y esto ya son palabras
mayores. Su conclusión es que la socialdemocracia debe revisar su “incapacidad
para desarrollar una visión que
trascienda al Estado nacional”. Y ya en las líneas finales, anima: “como ciudadanos de una sociedad libre,
tenemos el deber de mirar críticamente a nuestro mundo. Si pensamos que algo
está mal, debemos actuar en congruencia con ese conocimiento. Como sentencia la
famosa frase, hasta ahora los filósofos no han hecho más que interpretar el
mundo de diversas formas; de lo que se trata es de transformarlo”. Valioso, muy
valioso.
Miguel Martínez Renobales
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