Este libro es de los años 30 del siglo pasado, es decir, anterior a la
Segunda Guerra Mundial, la televisión o la liberación de la mujer (por poner
tres ejemplos de acontecimientos que cambiaron la mentalidad occidental). Está
escrito por un aristócrata británico, político, uno de los sabios más
destacados en la historia de Occidente: Premio Nobel de Literatura en 1950; figura
principal en disciplinas como Matemáticas, Lógica, Filosofía de la Ciencia, Teoría
del Conocimiento, Ciencias Políticas, Sociología, Ética, Religión, Pedagogía; personaje
público encarcelado por actividades pacifistas; fundador del Tribunal Russell
para sancionar los excesos del imperialismo en el mundo; adalid del humanismo laico,… Un hombre
excepcional, en pocas palabras, muy comprometido consigo mismo y con su tiempo.
La lectura de este breve tratado, además de proporcionarte una buena
visión de la mentalidad anglosajona de la época (que es la que parece mantener su
primacía en la actualidad), te servirá sobre todo para comprobar cómo, por más
cambios que se sucedan en el mundo, hay ideas que continúan ejerciendo su
influencia a pesar de quienes las consideraron elitistas entonces o ingenuas y trasnochadas
ahora.
Ya en el preámbulo avisa el autor de que, lejos de filosofías o
erudiciones profundas, lo que pretende es ofrecer recetas, confirmadas por su
propia experiencia y observación, para que las personas “que son desdichadas puedan llegar a ser
felices si hacen un esfuerzo bien dirigido”. Toda una declaración de
intenciones, en la línea de los libros de autoayuda más tópicos, solo que en
este caso con mucho fundamento y, como
comprobarás si lo lees, con gran capacidad de persuasión.
Encontrarás afirmaciones como esta: “en la adolescencia odiaba la vida
y estaba continuamente al borde del suicidio, aunque me salvó el deseo de
aprender más matemáticas. Ahora disfruto de la vida; casi podría decir que cada
año que pasa la disfruto más. En parte se debe a que he descubierto cuáles eran
las cosas que más deseaba y, poco a poco, he ido adquiriendo muchas de esas cosas. En parte se debe a que
he logrado prescindir de ciertos objetos de deseo (como la adquisición de
conocimientos indudables sobre esto o lo otro), que son absolutamente
inalcanzables. Pero principalmente se debe a que me preocupo menos por mí
mismo”.
U otras de la misma actualidad, como las siguientes: “los estados de
ánimo no se pueden cambiar con argumentos”, “la mera ausencia de esfuerzo le
quita a la vida un ingrediente imprescindible de la felicidad”, “cuando la
gente habla de lucha por la vida, en realidad quiere decir lucha por el éxito”,
“lo que me gustaría obtener del dinero
es tiempo libre y seguridad”, “la visión de la vida como contienda en la que
solo el vencedor merece respeto conduce a un cultivo exagerado de la voluntad a
expensas de los sentidos y el
intelecto”, “ahora nos aburrimos menos que nuestros antepasados, pero tenemos
más miedo a aburrirnos”, “no hay por qué
temer que, por volverse racional, uno vaya a quitarle sabor a la vida”, “la
inmensa mayoría de las acciones humanas, incluyendo las de las personas más
nobles, tienen motivos egoístas y no hay que lamentarse de ello”, “hay que
convencerse de que los demás pierden mucho menos tiempo pensando en nosotros que el que perdemos
nosotros”, “la adolescencia es una época de gran infelicidad para casi todos
los chicos y chicas con talentos excepcionales”, “uno debe respetar la opinión
pública lo justo”, …
Y otras muchas más en esta línea, bien desarrolladas, con buenos
ejemplos e interesantes citas literarias. Además, tardas poco en leerlo.
Después de este, seguro que ya no picas leyendo perogrulladas en cualquier
libro de autoayuda.
Miguel Martínez Renobales
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