−¡S.O.S necesitamos ayuda! Al habla
el capitán Jorge Sainz, al cargo del crucero Marie Torie. El barco se hunde,
nuestras coordenadas son: 40º longitud Oeste,
40º latitud Norte. ¿Alguien me recibe?
Estas fueron las últimas palabras que escuchó
el jefe del cuerpo de rescate marítimo español. Cinco aviones y dos helicópteros salieron
a buscar al Marie Torie, el barco que transportaba a más de mil personas, de las
cuales la mitad eran curas. El crucero tenía como destino Brasil. Todos esos
curas eran futuros misioneros que nunca llegarían a serlo. Cuando llegó el
cuerpo de rescate, era demasiado tarde, había vida pero no humana. Tiburones de
muchas clases, atunes y una gran variedad de peces agitaban el rojo agua que se
divisaba desde las alturas.
Descendieron pero solo se pudo ver
la más cruel de las realidades para el equipo. Habían llegado tarde y todo
aquel que pudiera haber sobrevivido al hundimiento del barco había sido
devorado. Pese a ello, lograron rescatar algunos cuerpos desfigurados y
ensangrentados.
Su misión allí había acabado, nada
más se podía hacer. En mitad del Atlántico, a los hombres se les revolvía el
estómago al ver cómo aquellos que dedicaron su vida a la paz, a servir y
ayudar, eran devorados sin la más mínima piedad. Volvieron cuando estaba
anocheciendo y debían regresar. Nadie podría olvidar esa imagen, el cielo rojo,
el sol también y el mar aún más.
−Fue un 23 de agosto de 2027− recordaba
Manuel, el jefe de rescate que en aquel fatídico día contempló un milagro—. Estábamos
volviendo, alejándonos del barco y, después de que la distancia creciera, se
fijaron en el agua dos de mis hombres. Allí la vimos, en el agua haciendo señas
con un pequeño crucifijo de plata, la única superviviente de la masacre. Una
mujer con un bebé en su regazo flotando sobre un tablón de madera. Rápidamente
las recogimos, pero ella nada más vernos desfalleció. Tenía signos de
agotamiento e hipotermia, sentí su último latido a los pocos minutos de subirla
en el helicóptero. La niña estaba en buen estado, su madre había luchado por
ella hasta el final de su vida. En el viaje de regreso me encargué de la
pequeña y fue en ese transcurso de vuelta en el que sentí un vínculo especial
que me ataría a ella de por vida. Sería ella que me cambiaría la vida.
Milagros sería el nombre con el que
decidieron bautizar a la pequeña. Manuel luchó por conseguir su custodia
durante los siguientes meses hasta conseguirla. Después de 40 años, Manuel les
relataba a sus nietos cómo su madre, Milagros, salvó su primera vida.
−Nunca me había acompañado al
trabajo, pero ese día tuve que llevármela. En toda esa semana no hubo que hacer
ningún rescate y tuvo que ser el día en el que estaba vuestra madre. Mala
suerte pensé, pero me equivoqué. Fuimos a buscar a dos pescadores que estaban
en alta mar. Hacía un tiempo nefasto, la niebla era tan espesa que no veíamos a
más de tres metros, el frío se te metía por los huesos y lo peor es que había
un viento de espanto y el helicóptero en el que íbamos se zarandeaba muchísimo.
Llegamos al punto en donde debían estar los pescadores, descendimos y despejó
un poco la niebla, lo que nos permitió ver que aquellos a los que buscábamos no
estaban por ninguna parte. Dimos un rodeo y revisamos las coordenadas que nos
dieron, pero allí no estaban, habían desaparecido sin dejar rastro alguno.
Vuestra madre al principio del viaje no dejaba de hablar y de molestar, por lo
que le dejé unos prismáticos para que se calmara. Ella no sabía cómo usarlos o
eso creía yo, pero imaginaros cuál fue mi fascinación al verla gritar: ¡Están
allí, papá, les he encontrado! Miré al punto donde me señalaba, miré con los
prismáticos y los vi. Fue increíble una niña de seis años había encontrado a
aquellos pescadores a diez millas, ¡y yo que creía que no sabía usar los prismáticos!
Cuando llegamos, aquellos dos hombres estaban en el agua, los sacamos y les
pusimos mantas térmicas. Estaban muertos de frío, morados, no sentían las manos
y estaban en shock después de esa dura experiencia en el mar. Si no hubiera
sido por vuestra madre… pero allí estaba, ella los había encontrado y les salvó
la vida.
Manuel miró a sus nietos, que
estaban con los ojos brillantes imaginándose la situación. Al poco rato, los
chicos le pidieron que contara otra de sus historias y Manuel accedió de muy
buen grado.
−Bueno, os contaré como…
En ese momento entró Paco, el padre de los niños.
- Hola Paco, ¿no viene Milagros contigo?
En ese momento entró Paco, el padre de los niños.
- Hola Paco, ¿no viene Milagros contigo?
−No, tiene que estar otra vez en el
hospital. Últimamente trabaja demasiado-
respondió Paco con cara de desanimada–.Bueno, nos vamos. Venga niños,
darle un beso al abuelo.
Después de la despedida, Manuel se
quedó pensando en su hija. ῝Ella se dedica a salvar vidas, es su trabajo. Paco
debería entender que no pueda estar en casa tanto como quisiera῞ se decía para
sí mismo.
Pocas horas después, llamaron al
timbre de la casa de Manuel. Abrió la puerta y se encontró a su hija llorando.
La abrazó sin preguntar qué pasaba, entonces Milagros comenzó a reír, miró a su
padre con una mirada radiante, aunque con los ojos todavía mojados y se lo
dijo.
-¡Lo he logrado Papá! Por fin he cumplido
mi promesa- dijo derramando todavía alguna lágrima de felicidad.
-¿Qué has logrado? ¿Qué ha pasado?- le respondió confuso.
-¡Mil personas papá! ¿Te acuerdas de
aquel día en que me llevaste al bosque de las encinas? Aquel día cumplí
dieciséis años y me llevaste allí para contarme cómo me encontraste y me diste
el crucifijo de mi madre. Me dijiste que era un milagro que entre mil
personas, solo un bebé sobreviviera y que por eso me llamaste así. En aquel bosque
me preguntaste si sabía qué quería hacer, ¿te acuerdas de lo que te respondí?
-Sí,
me respondiste que querías salvar vidas como yo -dijo Manuel derramando una
pequeña lágrima-, dijiste que salvarías todas las vidas que se perdieron el día
en que te encontré, para que tu nombre sí tuviera significado de verdad. Me
dejaste impresionado, eran palabras demasiado maduras para ti…
-¡Pues lo logré! Hoy hemos operado a
un niño de cinco años y ha salido todo bien, se recuperará. Ya van mil personas
a las que he podido salvar.
-Estoy muy orgulloso de ti Milagros
– tartamudeó Manuel mientras más lágrimas saladas recorrían su cara. Padre e
hija se fundieron en un intenso abrazo, se juntaron tantos sentimientos que
hicieron de ese momento, un momento único y mágico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario