miércoles, 23 de mayo de 2012

"Una temporada para silbar", de Ivan Doig

En un pueblo semidesierto de Montana (EEUU), a principios del siglo XX, un granjero viudo con tres hijos varones (el mayor, de 13 años) decide contratar a una mujer que haga la limpieza de la casa, con la secreta esperanza de que acabe encargándose también de la comida. Un arranque tan prosaico, contado por el primogénito desde la edad adulta, no parece dar mucho juego, pero la personalidad de Rose Llewellyn (que así se llama la protagonista) y, sobre todo, la de su hermano Morris, que viene con ella desde Minneapolis, van a aportar otro aire a las relaciones en un pueblo tan árido y desabrido. La novela, que ha sido escrita recientemente, tiene todo el sabor de las típicas del Oeste o también, el de esas de ambiente rural, donde unos chavales maduran con rapidez, asumiendo las rarezas de los adultos. Su autor se ha propuesto rendir un homenaje a las escuelas unitarias de su país, pero ni el mismo Daniel el Mochuelo de Delibes desentonaría con Paul, Damon o Toby. Son otras tierras, otra mentalidad y otro tiempo, pero el afán por crecer y el temor a la decepción, propios de la adolescencia, son los mismos. Y, aunque en algún momento sospeches que la lectura se va a deslizar por la blandenguería Disney Channel de estos libros, nada más lejos de la intención del autor. Aquí las concesiones a la ternura serán las justas y los acontecimientos, por más luminosos que resulten para el narrador, no se apartarán un ápice de la cruda realidad, como debe ser en una buena historia. Compruébalo tú mismo.
Miguel Martínez Renobales

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