miércoles, 20 de abril de 2011

"Ladrona de almas", de Alejandro Muñoz Lenz, de 2º Bachillerato Humanas

Sombra etérea incorpórea con forma de mujer y sólo dos perlas como ojos más azules que el mar, que el cielo, compuestos por colores del mismo Paraíso, azul oscuro y suave a la vez, como el hielo, con una mirada que me atrapaba y que calaba hasta mi alma congelándola, pero una congelación que no me hacía sentir frío, sino calor, hirviendo toda la sangre de mi cuerpo, haciéndome sentir vivo, despejando mi respiración y mis pensamientos, haciéndome sentir más ligero y estremeciendo todo mi ser.
            Pero ¡ay de mí cuando descubrí que aquello no era un sueño! Era algo más, era real. Era humana. Se movía. Estaba delante de mí, observándome y hechizándome con su dulce mirada. Oh aquella dulce mirada. Inocente y culpable al mismo tiempo, feroz y serena, bondadosa y malvada, perversa y honesta. Tantos adjetivos, tantas contraposiciones, la hacían perfecta. Un ángel del Cielo en la Tierra. Lo tenía todo en aquella mirada; no podía ser una humana, ¡no podía serlo! Había de ser algo más, no podía ser mortal. Tenía que traspasar aquellos límites, su mirada así lo dictaba. ¡Su hechizo, su embrujo!
            Mi tranquilidad se vio interrumpida cuando alcé mi mirada para  verla, pero aquello no fue lo que me trastornó. Lo que de verdad me ató a las cadenas del amor y la pasión fue que su mirada se posara en la mía y la mantuviera. Que me sonriera, por ligera e insignificante que fuese su sonrisa. Que vertiera algo de luz en la oscuridad que albergaba mi alma en aquellos momentos. Eso fue para mí aquel ser, un ser lleno de luz y esperanza para un hombre marchito decadente.
            Semidiosa, o diosa, musa de poetas y pintores, diva de artistas, anhelo de hombres que su reino dieran por estar con ella. Y allí estaba, mirándome.
            Me arrastró por completo y a mi alma envenenó.
            "Emponzóñala, corrómpela, púdrela. Haz que quede maltrecha. Juega con ella, elévala, húndela, muévela, agítala, estremécela, destrúyela" mi mente pensó.
            Mi alma mía es y de Dios, a quien decepcionaba en aquellos momentos por amar a alguien más que a Él, pero entonces ella me la arrebató y se la quedó. Sus ojos me la robaron, sus ojos fueron los culpables.
            "Devuélvemela, no me atormentes más, ámame y hazme feliz. ¿A dónde vas? ¿Por qué no te quedas? ¿Por qué me despojas de algo sagrado?"
            Se marchó. Salió por una puerta y antes de cerrarla me dirigió otra mirada. Aquella mirada me dijo: Sin alma no tienes vida.
            Así fue. Mi mente trastornó, mi corazón bombardeó sangre más rápido, mi cuerpo tembló, mis ojos lloraron, mi boca balbuceó unas palabras coherentes en mente, muertas al ser pronunciadas.
            Seguí a aquel espejismo. Tenía razón, sin alma no era nada. Salí tras su búsqueda pero había desaparecido. Busqué confundiéndola con las demás mortales, cometiendo así una herejía, pues ella era una diosa. Me detuve en miradas juzgantes de un pobre desquiciado. Ninguna era la de aquella mujer. Pero entonces, al fondo de toda la muchedumbre la descubrí a ella.
            Me miró de nuevo y me sonrió. De su mirada salió una flecha atravesándome por completo y postrándome de rodillas. Aquella mirada era flecha más mortal que cualquiera que Cupido pudiese tener en su carcaj.
            De mi boca brotó sangre, y se hizo un silencio en aquel panorama. La gente había desaparecido. El silencio penetraba en la mente y sonaba más fuerte que sonido alguno. Me levanté tiritando y anduve lentamente hacia ella. Ella tenía mi alma, sin alma no tenía vida.
            Aquel largo pasillo que nos separaba se convirtió en un abismo. Las baldosas que formaban el suelo fueron despedazadas y destruidas. Pero aquella atracción imposible de evitar me hizo volar en el vacío, un vacío de dudas e incertidumbres. No necesitaba mover las piernas para andar. No necesitaba esforzarme para lograrlo. Un impulso lo hacía por mí. Ya no sólo de mi boca brotaba sangre, lo hacía desde todo mi cuerpo. En mi interior todo era bosque y yedra de sentimientos confusos y mezclados atormentándome y devastándome. Me consumí, me apagué, me desvanecí.
            Mis pensamientos caían uno tras otro conforme recorría aquel abismo. Mi mente sólo vio el ahora. Todo lo que era, todo lo que fui, todo lo que iba a ser, nada importaba. Lo único que importaba era aquel momento. Llegué ante ella, y con las palabras muriendo en mi boca incansablemente pude finalmente conseguir que sobreviviesen.
            - ¿Me devuelves mi alma...?
            Aquel ser sonrió, me agarró en sus suaves y dulces brazos y me besó con sus labios apasionados y húmedos. Del pobre cadáver andante que se podía mantener a duras penas ante aquella diosa llegué a ser un ángel, un ser alado, irradiando luz, encendiendo mi corazón, reviviendo mi mente, impulsando la sangre, curando viejas heridas. Vislumbré el Paraíso, comprendí toda la creación. Supe a dónde vamos al morir, supe qué es el infinito, experimenté nuevas emociones, vislumbré nuevos colores. Lo supe todo, pero a la vez supe nada. Todo en un instante tuvo significado. Su respuesta es Amor.
            ¿Para qué necesitaba entenderlo todo, si ya lo tenía en mí como un sentimiento?
Se apartó delicadamente y me dedicó una última sonrisa. Mi alma había vuelto a mí, pero eso supuso que aquel ángel se desvaneciera delante de mí.
            - No te vayas, quédate un poco más. - le supliqué, mas no obtuve respuesta. Caí por el vacío y lo comprendí todo.
            Aquello, finalmente, era un sueño. Un sueño tan nítido y real como la vida misma que me nubló la conciencia y la razón de ser. Si me hubiera dado cuenta, si me hubiese percatado de ello al principio, me habría ahorrado mucho sufrimiento.
            Mi cuerpo se levantó de aquel instrumento cómodo y  propiciador para crear mundos nuevos y se dirigió a la ventana. Me asomé por ella y vi una luz del alba cubriendo aquella parte del mundo con una luz dorada. De mis ojos se deslizó una lágrima y se estampó contra el suelo. ¿Dónde estaba mi alma en aquellos momentos? Estaba viajando por alguna parte del mundo, del real, olvidando a su dueño y buscando un atisbo de sus propios anhelos, seguramente deseándose anclar de nuevo en el vacío sin fondo del amor.

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