miércoles, 20 de abril de 2011

¿Quién soy yo?, de Eva Dolores Prieto (2º A)

            Ya entrada la tarde me preparé para salir. Mi víctima era joven, de la misma edad que yo, debía matarle, pero ¿era justo una vida por cinco millones? No lo sabía pero tenía que cumplir.
            Llevaba varios años matando gente, era extraño oír siempre lo mismo antes de apretar el gatillo:
            -Por favor no lo haga, tengo una familia que cuidar.
            Después de oír como suplica la gente, la veo muerta delante de mí.
            No tengo la vida normal de una chica de mi edad, pero es lo que debo hacer, no mato a gente inocente, o quizá sí, aunque prefiero no saberlo.
            Eran ya las cinco y media de un día de verano, salí de mi C4 negro al llegar a una zona apartada de la ciudad. Cuidadosamente me puse a inspeccionar el terreno, todo era bosque y yedra, y al fondo se veía una gran casa. Respiré hondo varias veces y me dirigí hacia allí. Era una casa que imponía a simple vista pero a la vez era acogedora, y no sé por qué me sentía segura en aquel sitio. Un joven estaba arreglando unas plantas, era hermoso, aunque no como esos cantantes de moda, y al andar emitía seguridad, ¿sería aquel el chico al que debía matar? Me acerqué decidida para hablar con él.
            -Disculpe -dije mirándole a la cara, tenía el pelo de un castaño claro y los ojos verde oliva-. Mi coche se ha averiado y mi móvil no tiene batería para llamar a alguien que me venga a buscar, ¿sería tan amable de prestarme su ayuda?
            El chico se quedó mirándome fijamente ¿Hablaría mi idioma?
            -Sí, claro ¿Dónde está su coche?-dijo con un acento tan extraño que no pude evitar una sonrisa. Empecé a andar y él me siguió, no sé por qué me sentía observada.
            Al llegar al coche abrí el capó y me puse a un lado para que el joven examinara el auto. Tragué saliva con fuerza:
            -No sé qué ha pasado. Venía por la carretera y de repente el coche se paró.
            -Pues, de momento, esto no parece estar mal. Dígame su nombre.
            -Es un Citroën C4.
            El chico rompió a reír
            -Me refiero a tu nombre-dijo entre carcajadas.
            -Mi nombre es Paulina.
            -¿Paulina?-asentí levemente con la cabeza- Ese nombre es francés ¿verdad? Se pronuncia Poline.
            Fruncí el ceño extrañada
            -Supongo, la verdad es que no sé de donde viene mi nombre. Creo que me lo pusieron por una tía mía.
            -¿Tus padres son franceses? Mi familia es francesa, o era francesa. Solo vive mi madre, los demás murieron en extrañas circunstancias.
            Ignoré la segunda parte, y contesté a la pregunta:
            -No lo sé, no les llegué a conocer. Murieron cuando tenía dos años.
            El ambiente se sumió en un silencio infernal. El chico se irguió y se dio rápidamente la vuelta.
            -Esto no parece tener ningún problema. ¿Me dejas las llaves?
            Se las di y él se metió en el coche y, de repente, arrancó.
            -Pues ya está-dijo el joven.
            -Muchas gracias-respondí.
            Al día siguiente, amanecí pensando en ir a terminar el trabajo. Debía matarle, cuanto antes mejor, así tendría contento al cliente. Este era un narcotraficante y el joven al que tenía que matar era uno de sus compinches, que le había traicionado. La historia no me la sabía muy bien, pero no me importaba.
            Llegué a la casa del bosque y la puerta estaba abierta, pero no se oía nada. Al entrar, un fuerte olor me lleno la nariz, lo que me impulso a tapármela. ¿Qué sería ese olor? Al entrar en la sala de estar, vi dos cadáveres en el suelo. Uno era el del joven y otro el de una señora mayor, al lado de ellos había una carta donde ponía mi nombre y decía así:
            "Querida Paulina, mi madre al verte el otro día te reconoció en seguida. Te parecerá extraño pero era tu primo y mi madre tu tía. Eras la hija del hermano de mi madre. Te preguntarás por qué mi madre no te cuidó cuando tus padres murieron en aquel accidente y la respuesta es la siguiente, te dábamos por muerta. Cuando supimos que venías a matarnos, preferimos huir, pero mi madre dijo que era mejor suicidarnos porque así al descubrir que éramos tu familia ya nos habrías matado y preferimos ahorrarte el mal trago. Quédate la casa, es tuya, nosotros ya no la necesitamos".
            Las lágrimas me empezaron a brotar de los ojos y la angustia me comenzó a consumir.
            Ya era invierno cuando decidí ir a vivir a la casa del bosque. Al entrar en ella me volví a sentir segura de nuevo, como cuando era pequeña y estaba en los brazos de mi padre. Me asomé a la ventana, y vi como los copos de nieve caían uno tras otro. Iba a ser un invierno duro pero estaría a buen recaudo.

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